Me revuelcan los finales.
No llegué al reparto de ellos, aunque los tenga que amamantar como a críos.
Soy una profeta de caídas de telón; las atraigo como a moscas y se quedan pululándome y haciéndome sombra.
Me atontan y deprimen (¡qué no lo hace!).
Los finales me descoyuntan el alma clamando que sólo existen; que son lo único cierto. Y cuando los tengo enfrente, me tapo los ojos y les lloro.
Ahora atravieso finales y trato de tragarlos con cuesco y todo, aunque se me irrite el esófago y el alma, aunque me palidezca el habla y se nublen las mariposas.
¿Por qué los finales serán tan largos y los inicios tan tenues?
¿Por qué, si los sabemos llegar, nos sorprenden?
Por la resistencia (¡qué más!)
Porque empeñamos el músculo si ello los puede confundir y errar el camino hacia el presente.
Porque nuestra vida no es tal si no reconocemos que nos esperan a la vuelta del camino para asaltarnos con su zarpazo desmembrador.
Y sólo allí quedan quietos (¡y nosotros también!), estupefactos, doloridos en la evidencia aplastante.
Allí están, nos decimos, los finales; los marcadores de pautas y de hojas de vida; los rieles que nos demarcan el hacer, los delimitadores de las primaveras.
Allí están y nos sonríen porque se saben esclavizadores; porque saben que, paradojalmente, dentro de sí llevan el germen del inicio...
2 comentarios:
te lleno de canciones de amor al oido en tu llegada, los demás son sólo eso; los demás.
Hoy me quemé una mano con aceite, conversé con Tito Fernández, me coseguí la quinta sinfoía de Dmitri Shostakovich, almorcé con Claudia en el Caruso... y por cierto, pensé mucho en tí.
Publicar un comentario