domingo, octubre 24, 2010

Finalmente, las palabras entorpecen el decir.

Finalmente,
las palabras entorpecen el decir,
enturbian el epíteto de la verdad y cuajan,
entregadas,
con la paradoja irónica de lo transparente.
Finalmente,
las palabras forman su propio laberinto asfixiante,
que las ahorca y entumece,
que las muta y torna invisible su significado.
Finalmente,
las palabras no nos representan.
Se rebelan en cuanto salen disparadas de nuestra boca
y adquieren vida y consistencia propias.
Es su truco.
Nos hacen creer que llevarán el mensaje leal y fielmente,
pero en cuanto sienten la brisa sobre sí olvidan su promesa
y corren con semántica propia.
Quizás sea por la venganza de saberse dependientes de otro que las sueñe,
las idee, ordene y vomite.
Quizás por la inquina de saberse con una existencia inefable,
etérea y limbática como las emociones que las paren.
Tal vez por esto o aquello,
sin duda por lo aparente o lo evidente,
acaso por injusticia o falsa erudición,
lo cierto es que...
finalmente
las palabras entorpecen el decir.

domingo, octubre 03, 2010

La muerte me envidia.


La muerte me envidia
no se atreve conmigo
me trata como a una cebolla
con su mortecino y doloroso tentáculo
me saca piel por piel
pero no se atreve a mirarme a los ojos.

Sabe que no la temo
sabe que la invoco
sabe que la deseo con lujuria insana
sabe entonces que no soy su soldado ni esbirro.

Envidia mi atrevimiento
mi falta de pleitesía
mi rodilla no dispuesta a doblegarse ante su fatua carcajada.

Envidia mi amor hacia ella
porque no conoce ese afán
nadie antes que yo se lo ha prodigado
sólo sabe de su bárbara soledad.

Por eso me cerca
me amenaza con los nombres que me dan sentido
aun sabiendo que con ello no me doma
aun sabiendo que con ello
me cago en su supuesto poder.

Anda, atrévete conmigo
despliega tu veneno en mi cara
hazte hembra mirándome a los ojos
así, de frente, como yo te he llamado
sin pausas, sin eufemismos, sin refranes ni metáforas.

Jaja no sabes invocarme
se te atraganta mi nombre, oh poderoso y absoluta muerte
se te atraganta mi nombre.

Finalmente tu ausencia no es mi condena
sino la atadura que te ciñe a mí

Entonces, ¿quién pierde la batalla, puta asquerosa?