viernes, noviembre 16, 2007

Una disfunción cerebral no hace el delirio
no anida la pasión
ni el heroísmo...
tampoco mueve a idealismos
ni hace brotar los puentes de la imaginería.
Entonces
¿a qué temerle?
¿por qué esconder la cabeza, bajar la vista, avergonzarse?
Bueno, por el estigma
por la posesión demoniaca que se le supuso alguna vez
por la espuma en la boca
y los nervios hechos sal.
¿Para qué seguir?
Pudiera ser que el esfuerzo deviniera en crisis.

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