domingo, julio 26, 2009

Entre un momento y otro hay un abismo insondablemente profundo que me sume en una aplastante melancolía. Siento la necesidad imperiosa de aumentar los segundos, cual si estos fueran aquellos latidos que se me escabullen sin destino. Es esa soledad de la caída al vacío y en el vacío; cuando uno entiende que, definitivamente, es mejor estrellarse que caer lentamente.
Ocurre en el ocaso, cuando la luz se va diluyendo y, con ella, el ajetreo que evade, el ruido que aturde, y el movimiento deja paso a la parsimonia de la noche.

Quizás ahora mismo puedo escribir esto precisamente porque aún no ha llegado esa tenue claridad del atardecer, ya que en el momento mismo en que me inunda, no sé articular palabras y soy presa de las sensaciones más asfixiantes.

Entonces es ahora cuando exorcizo las horas que pronto llegarán; ahora cuando invoco a la calma para que se prepare a acompañarme y no decida ausentarse nuevamente.

Aquellos atardeceres que arrancan suspiros a los mortales en mí surten un efecto devastadoramente triste...

Está claro que las medianías no son para mí, sino los extremos.

1 comentario:

La Hormiga dijo...

Felicitaciones Aletea por tu poema.
Un abrazo desde la distancia.