domingo, julio 20, 2008

Confesiones de baño bonaerense (IV Parte)


Jueves 17 de julio
hora indeterminada de la noche.

Vuelvo a refugiarme en mi cuchitril vicioso.
Otra compañía se me ha sumado: un grillo que no cesa de marcar presencia con su sonoro estar.
Quizás clama por un tronco de árbol, asido como debe estar en un frío bloque de cemento; tan lejos de casa como yo lo estoy.
Es pequeño este espacio, como un territorio liberado del ruido y el ajetreo de una ciudad tan inmensa.
La paradoja de la existencia: de día deambulo por espacios abiertos al infinito urbano. De noche, me recluyo en esta cápsula en donde me encuentro conmigo, mis ritmos, mis silencios y mi eterna ansiedad por escribir.
Cuando el sol gobierna, son mis pies los que protagonisan la historia; mis pies y mis retinas.
Pero cuando la luna se halla en su apogeo, son mis manos y mi mente quienes hacen su entrada triunfal.
Van quedado sólo dos noches antes de volver...
Ya quiero mirar los edificios desde mi ventana y oir el hablar acompasado de mi gente.
Quiero volver a tocar mis libros y oler mi yo impregnado en las paredes.
Quiero escuchar la voz de mis amigos y gustar los sabores habituales; mirar la condillera por entremedio del smog.

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