viernes, febrero 16, 2007

Palabras de ayer y de hoy...


Me revuelcan los finales.


No llegué al reparto de ellos, aunque los tenga que amamantar como a críos.


Soy una profeta de caídas de telón; las atraigo como a moscas y se quedan pululándome y haciéndome sombra.


Me atontan y deprimen (¡qué no lo hace!).


Los finales me descoyuntan el alma clamando que sólo existen; que son lo único cierto. Y cuando los tengo enfrente, me tapo los ojos y les lloro.


Ahora atravieso finales y trato de tragarlos con cuesco y todo, aunque se me irrite el esófago y el alma, aunque me palidezca el habla y se nublen las mariposas.


¿Por qué los finales serán tan largos y los inicios tan tenues?

¿Por qué, si los sabemos llegar, nos sorprenden?


Por la resistencia (¡qué más!)


Porque empeñamos el músculo si ello los puede confundir y errar el camino hacia el presente.


Porque nuestra vida no es tal si no reconocemos que nos esperan a la vuelta del camino para asaltarnos con su zarpazo desmembrador.


Y sólo allí quedan quietos (¡y nosotros también!), estupefactos, doloridos en la evidencia aplastante.


Allí están, nos decimos, los finales; los marcadores de pautas y de hojas de vida; los rieles que nos demarcan el hacer, los delimitadores de las primaveras.


Allí están y nos sonríen porque se saben esclavizadores; porque saben que, paradojalmente, dentro de sí llevan el germen del inicio...

2 comentarios:

Luis Seguel Vorpahl dijo...

te lleno de canciones de amor al oido en tu llegada, los demás son sólo eso; los demás.

Gonzalo Villar Bordones dijo...

Hoy me quemé una mano con aceite, conversé con Tito Fernández, me coseguí la quinta sinfoía de Dmitri Shostakovich, almorcé con Claudia en el Caruso... y por cierto, pensé mucho en tí.