jueves, julio 13, 2006

Letargo...

A veces las heridas cicatrizan
sólo porque se cansan de uno.
Se cansan de verse abiertas
de tanto en tanto,
sólo para que sangren a destajo
y así seamos felices por un rato largo.

Sangrar por la herida es
un placer culpable
que esclaviza a unos
y vuelve pusilánimes a otros.

De tantas veces que osamos lacerarnos
debiéramos ser entes vacíos
taciturnos
autómatas de barriada pobre.

Sin embargo siempre hay
un nuevo charco que nos provee
una fuente bautis
mal
inacabable
que alimenta nuestras venas
y da aliento al placer.

Ese charco no es más que la vida misma;
el caldero donde se cocinan las ideas
y se mezclan con los ingredientes de la realidad.
Allí radica el magma
desde donde mana
el líquido viscoso que derramamos
cuando abrimos las compuertas del recuerdo.

La cerradura gime de óxido
y también de abulia.
Se hace la difícil como una núbil mujer
pero pronto cede
al embrujo siseante
del dolor y la tragedia.

Y como todos los placeres es
efímera, fugaz y escurridiza
pero luego de su jugarreta
vuelve una y otra vez
como los remordimientos.

Así es la sangre
el placer
el dolor
las heridas
la vida
y la culpa.

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