
Las noches eran eternas en la vitrina. Los demás juguetes hacían de las suyas, conversando y corriendo por ahí, mientras el vendedor dormía en la trastienda.
Pero una de aquellas noches fue diferente.
Justo cuando cerraba sus ojos, un gran resplandor se posó frente a la vitrina y un estruendo de vidrios rotos alertó a los juguetes que quedaron paralizados.
Unos hombres violentos entraron botando todo a su paso. Juntaron los billetes y monedas en un gran bolso y se dispusieron a salir.
Al pasar por la vitrina, uno de estos hombrones reparó en él y lo cogió del cuerpo.
Lo último que vio fue al vendedor tirado en un charco de sangre.
Pero ni eso ni nadie podía borrarle la sonrisa de saber que, desde ahora, tendría un dueño.
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