jueves, agosto 17, 2006

La vejez es una puta marchita, macabra y amargada que sólo quiere vernos decaer hasta dejar nuestros lastres en el suelo e ir a carcajear a otro sitio.
Se me llenaron los pulmones y el hígado de pena al ver a mi abuela, desmemoriada, musitando bajito el porqué aún la vida la obligaba a seguir.
Hubiese querido ser bala para interrumpir ese quejido incesante...Hubiese querido poder unir mis manos para recoger esos trazos de memoria que se desgranaban de su mente.
Toda una tarde reconstruyendo nuestras vidas a partir del olvido de nuestros nombres...a cada tanto, dejaba de ser su nieta para convertirme en un ente extraño, ajeno, a quien, como desde detrás de una ventanilla pública, me decía: ¿Cuál es su nombre, señorita?
Y yo repetía Alejandra hasta que logré convencerme de aquello.
Recuerda con una nitidez de iluminado sus largas trenzas de niña sureña, pero ha olvidado qué comió hace media hora; recuerda los embates de la Segunda Guerra, pero dejó volar quiénes estamos a su lado.
¿Para qué mierda atesorados tantos recuerdos, si a los 87 años, ya sólo los babeamos en una nebulosa de tiempo y espacio?

2 comentarios:

dreamparanoid dijo...

He leido tu texto en mal momento,
me ha caido mal al estómago.

Luis Seguel Vorpahl dijo...

El tiempo es el castigo del hombre, la vejez es su hija preferida, predilecta y quizás única. A la mierda